domingo, 20 de mayo de 2018

Álvaro Tato, en el IES Valmayor: "Somos los sueños de la gente"



El pasado jueves 17 de mayo, el actor y dramaturgo Álvaro Tato visitó el IES Valmayor para hablar con nuestros alumnos de 3º de ESO sobre los autores de teatro clásico y la modernidad que encierran sus obras.

Entró en escena. Las sillas aún vacías. Enmudeció unos segundos al ver los carteles de bienvenida que lucían las paredes. Debió sentir cierto pudor, aunque esté más que acostumbrado al elogio, al aplauso, incluso a la crítica. No dejábamos de hablarle, de contarle cuántos y cómo son nuestros alumnos; y, de repente, se reconoció nervioso, inquieto. Faltaban apenas unos minutos para ver entrar al público a nuestra biblioteca, ocupar su asiento frente al improvisado escenario, con expectación y risa adolescente mal contenida.

El actor, el autor, el artífice teatral mayúsculo, no pudo evitar el nudo en el estómago y cierto pánico escénico en el instante previo al inicio de su encuentro con aquellos chavales, porque, como él mismo nos reconoció, ante ellos no hay burla ni impostura ni engaño posible. Son jueces implacables pues están libres de todo prejuicio y no necesitan aparentar lo que no son. Alguien como Álvaro Tato, que conoce este código como la misma palma de su mano, sabe que conseguir captar el benevolente silencio y último aplauso de nuestro público es empresa difícil y exige una maniobra teatral profunda: sacar a escena a la mismísima verdad, la suya, pues solo con ella se puede convencer a los espectadores más exigentes y más jóvenes.



“¿Sabéis? No hay nada más parecido a un clásico que un adolescente. ¿Quién hay más al borde del precipicio, del abismo y de la muerte? Vosotros y Shakespeare”. Y, así, con esta envolvente y retórica cuestión, de repente, el actor y dramaturgo se convirtió frente a todos nosotros en mago, sin humo ni chistera, sólo a través de la palabra, improvisada pero certera, conectó con el público; puso frente a nuestros alumnos un espejo en el que reconocerse y frente al que interrogarse, “¿quién soy? ¿soy o no soy?”, y comprender a tantos otros que antes que ellos pisaron el mundo para lanzar la misma pregunta a los cielos… ¿Quién es este que habla como yo, que dice llamarse Segismundo, que parece venir a hermanarse conmigo? "¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!":

Apurar, cielos, pretendo,

ya que me tratáis así

qué delito cometí

contra vosotros naciendo;

aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido…


… Y con los dos últimos versos se escucha a alguien entre el público exclamar “¡oooh!”. Silencio, que ha hablado el clásico por la boca del actor, y se ha puesto delante de cien pares de ojos que atónitos se sienten en aquellas palabras representados, preguntándose “¿Qué es la vida? Un frenesí/ ¿Qué es la vida? Una ilusión/ una sombra, una ficción/ y el mayor bien es pequeño; /que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son”. Sin darles tiempo a digerir ni bucear en el sentido de su soliloquio, se esfumó el príncipe prisionero para transformarse en príncipe de Dinamarca, trocando el verso castellano por el inquietante y sonoro inglés con que suena:
To be, or not to be, that is the question:
Whether 'tis nobler in the mind to suffer
The slings and arrows of outrageous fortune,
Or to take arms against a sea of troubles
And by opposing end them. To die—to sleep,
No more; and by a sleep to say we end
The heart-ache and the thousand natural shocks
That flesh is heir to: 'tis a consummation
Devoutly to be wish'd. To die, to sleep;
To sleep, perchance to dream...

Y quizá sin entender todas aquellas palabras dichas en la lengua de Shakespeare, el público contuvo la respiración, comprendiendo, como almas nobles, que esa es la cuestión, ¡Ser, o no ser!, y que es rigor adolescente y humano: “rebelarse contra un mar de desdichas/ y afrontándolo/ desaparecer con ellas. Morir, dormir, no despertar más nunca,/poder decir todo acabó; en un sueño/ sepultar para siempre los dolores/ del corazón y los mil quebrantos que heredó nuestra carne, / ¡quién no ansiara concluir así! Morir… Quedar dormidos…/ Dormir…¡tal vez soñar!”.


Con la emoción en la garganta y en los ojos, nos despedimos de Hamlet sin poder alentarle frente a aquella calavera. Se fue su fantasma y regresó nuestro actor, el invocador de clásicos, para demostrarles de nuevo a los chavales cuánto hay en ellos de Tirso, de Lope, de Cervantes o Calderón, que ante ellos hay que sentir respeto, no reverencia, “y vosotros sabéis mucho de eso, de respetar, y lo hacéis con quien sabéis que no os engaña. Sois rebeldes y los clásicos hablan también el lenguaje de la rebeldía. Cervantes osó hace cuatrocientos años a poner en boca de la pastora Marcela el que podríamos considerar el primer discurso feminista de la historia: “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado algunaI a Grisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad”. Murmullo en la sala.

Libertad para “romper los moldes y no hacer nada convenientemente aburrido”, para crear un personaje como don Quijote, capaz de arremeter contra unos molinos, creyéndoles gigantes, pero también mensajero para la posteridad de grandes verdades universales: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como la honra, se puede y debe aventurar la vida".



La magia del teatro puso frente a nosotros a Segismundo, a Hamlet, a Don Quijote y a Sancho, a Marcela, para decirnos que “ellos son los sueños de la gente”, apostilló el maestro de ceremonias. Y, con la sonrisa cómplice de quien se sabe triunfante frente al público, Álvaro Tato se despidió de los alumnos de 3º de ESO del Valmayor, animándolos a ir al teatro, a dejarse seducir por los clásicos, con respeto, sin reverencia, para aprender con ellos qué es esto de la vida. Telón.

2 comentarios:

  1. ¡Guauuuu! ¡Qué fantástico! No soy una adolescente, ni mucho menos, pero también he quedado completamente prendada se sus palabras, también ha captado toda mi atención.
    Realmente, cada vez que del blog me llega un enlace con "Las manzanas de Ávalon" quedo prendada.
    Muchas gracias

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