El pasado jueves 17 de mayo, el actor y dramaturgo Álvaro Tato visitó el IES Valmayor para hablar con nuestros alumnos de 3º de ESO sobre los autores de teatro clásico y la modernidad que encierran sus obras.
Entró en escena. Las sillas aún vacías. Enmudeció unos
segundos al ver los carteles de bienvenida que lucían las paredes. Debió sentir
cierto pudor, aunque esté más que acostumbrado al elogio, al aplauso, incluso a
la crítica. No dejábamos de hablarle, de contarle cuántos y cómo son nuestros
alumnos; y, de repente, se reconoció nervioso, inquieto. Faltaban apenas unos
minutos para ver entrar al público a nuestra biblioteca, ocupar su asiento
frente al improvisado escenario, con expectación y risa adolescente mal contenida.
El actor, el autor, el artífice teatral mayúsculo, no pudo
evitar el nudo en el estómago y cierto pánico escénico en el instante previo al
inicio de su encuentro con aquellos chavales, porque, como él mismo nos
reconoció, ante ellos no hay burla ni impostura ni engaño posible. Son jueces
implacables pues están libres de todo prejuicio y no necesitan aparentar lo que
no son. Alguien como Álvaro Tato, que conoce este código como la misma palma de
su mano, sabe que conseguir captar el benevolente silencio y último aplauso de nuestro
público es empresa difícil y exige una maniobra teatral profunda: sacar a
escena a la mismísima verdad, la suya, pues solo con ella se puede convencer a
los espectadores más exigentes y más jóvenes.
“¿Sabéis? No hay nada más parecido a un clásico que un adolescente.
¿Quién hay más al borde del precipicio, del abismo y de la muerte? Vosotros y
Shakespeare”. Y, así, con esta envolvente y retórica cuestión, de repente, el
actor y dramaturgo se convirtió frente a todos nosotros en mago, sin humo ni
chistera, sólo a través de la palabra, improvisada pero certera, conectó con el
público; puso frente a nuestros alumnos un espejo en el que reconocerse y
frente al que interrogarse, “¿quién soy? ¿soy o no soy?”, y comprender a tantos
otros que antes que ellos pisaron el mundo para lanzar la misma pregunta a los
cielos… ¿Quién es este que habla como yo, que dice llamarse Segismundo, que
parece venir a hermanarse conmigo? "¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!":
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido…
… Y con los dos últimos versos se
escucha a alguien entre el público exclamar “¡oooh!”. Silencio, que ha hablado
el clásico por la boca del actor, y se ha puesto delante de cien pares de ojos
que atónitos se sienten en aquellas palabras representados, preguntándose “¿Qué
es la vida? Un frenesí/ ¿Qué es la vida? Una ilusión/ una sombra, una ficción/
y el mayor bien es pequeño; /que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son”.
Sin darles tiempo a digerir ni bucear en el sentido de su soliloquio, se esfumó
el príncipe prisionero para transformarse en príncipe de Dinamarca, trocando el
verso castellano por el inquietante y sonoro inglés con que suena:
To be, or not to be, that is the question:
Whether 'tis nobler in the mind to suffer
The slings and arrows of outrageous
fortune,
Or to take arms against a sea of troubles
And by opposing end them. To die—to sleep,
No more; and by a sleep to say we end
The heart-ache and the thousand natural
shocks
That flesh is heir to: 'tis a consummation
Devoutly to be wish'd. To die, to sleep;
To sleep, perchance to dream...
Y quizá sin entender todas aquellas palabras dichas en
la lengua de Shakespeare, el público contuvo la respiración, comprendiendo,
como almas nobles, que esa es la cuestión, ¡Ser, o no ser!, y que es rigor adolescente
y humano: “rebelarse contra un mar de desdichas/ y afrontándolo/ desaparecer con
ellas. Morir, dormir, no despertar más nunca,/poder decir todo acabó; en un
sueño/ sepultar para siempre los dolores/ del corazón y los mil quebrantos que
heredó nuestra carne, / ¡quién no ansiara concluir así! Morir… Quedar dormidos…/ Dormir…¡tal
vez soñar!”.
Con la emoción en la garganta y en los ojos, nos
despedimos de Hamlet sin poder alentarle frente a aquella calavera. Se fue su
fantasma y regresó nuestro actor, el invocador de clásicos, para demostrarles
de nuevo a los chavales cuánto hay en ellos de Tirso, de Lope, de Cervantes o
Calderón, que ante ellos hay que sentir respeto, no reverencia, “y vosotros
sabéis mucho de eso, de respetar, y lo hacéis con quien sabéis que no os
engaña. Sois rebeldes y los clásicos hablan también el lenguaje de la rebeldía.
Cervantes osó hace cuatrocientos años a poner en boca de la pastora Marcela el
que podríamos considerar el primer discurso feminista de la historia: “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la
soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras
aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis
pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos.
A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los
deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado algunaI a Grisóstomo,
ni a otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le
mató su porfía que mi crueldad”. Murmullo en la sala.
Libertad para “romper los moldes y no hacer nada
convenientemente aburrido”, para crear un personaje como don Quijote, capaz de
arremeter contra unos molinos, creyéndoles gigantes, pero también mensajero
para la posteridad de grandes verdades universales: “La libertad, Sancho, es
uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no
pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la
libertad, así como la honra, se puede y debe aventurar la vida".
La magia del teatro puso frente a nosotros a
Segismundo, a Hamlet, a Don Quijote y a Sancho, a Marcela, para decirnos que “ellos
son los sueños de la gente”, apostilló el maestro de ceremonias. Y, con la
sonrisa cómplice de quien se sabe triunfante frente al público, Álvaro Tato se
despidió de los alumnos de 3º de ESO del Valmayor, animándolos a ir al teatro,
a dejarse seducir por los clásicos, con respeto, sin reverencia, para aprender
con ellos qué es esto de la vida. Telón.